
Como todas las mañanas Toro se levantó 5:30 con la vibración del celular bajo la almohada. Era la única manera de levantarse sin estar pulsando la opción de 5 minutos extra constantemente. Más allá del ringtone con sonido de corneta militar que tanto daño le hacía oír, necesitaba ese zumbido que le sacudía la cabeza a la primera espabilada y empezaba el día saltando de la cama.
Fue a tientas hasta el baño y al encender la luz lo sorprendió su reflejo sobre el espejo. Se encontró con una barba tan descuidada que sería imposible presentarse así al trabajo. Toro odiaba afeitarse, y más aun teniéndola tan crecida.
Llenó el lavabo con agua muy caliente. Vio empañarse el espejo y tuvo que limpiarlo con la manga del pijama. Se empapó la cara aguantando la temperatura. Así también se abren los poros, aunque no sabía para qué carajo quería que sus poros se abrieran. Agarró la maquinita y empezó por la parte menos dolorosa. Sonó “Ras” en la mejilla derecha.
Toro encontró cierto placer al ver el nuevo cuadradito limpio de su cara. La satisfacción del éxito luego del dolor. Ese goce que producían en el cuartel los músculos hinchados de los brazos luego de cincuenta lagartijas. Que dele mierda, parece mujercita. Hasta eyacular, ¿o no es hombre? Duele pero hay resultados.
Pero al intentar un nuevo corte vio las hojillas atestadas de pelos. Agitó la maquinita dentro del agua caliente y golpeó con fuerza al borde del lavamanos con un “Tac Tac” tan sonoro que los vecinos ya empezaron con las maldiciones y golpes en el entrepiso, pertinentes al horario de un sueño interrumpido. Sin embargo la deforestación facial era urgente y bien al ras, como el jefe demandaba.
Renovó la tarea con más fuerza y prisa. Muchos “Ras Ras”, “Tac Tac” y la cara estaba empezando a emblanquecer. Y el jefe con eso de que Cara de Evo, que le vamos a llamar Evito.Que si ¿es su papá el Evo?
Toro sintió el impulso de pegar una buena carcajada al ver su reflejo con pequeños mechones de pelo aún reacios a ser eliminados junto a la sangre. Muchos puntitos rojos que iban engordando, producto de la fuerza y ansiedad de la afeitada. El lavamanos también, además de los pelos flotantes había dejado de tener el color blanco hueso y ahora iba manchándose de rojo.
Entonces Toro renovó la tarea con más fuerza y prisa, el jefe vería una cara tan limpia que no diría ni pío. Nada con que una empresa de prestigio. Nada de huevadas.
Tras muchos “Ras Ras” y menos “Tac Tac” vio con placer en el reflejo una cara que, de no ser porque estaba roja de sangre, estaría libre casi en su totalidad de barba.
—Falta —dijo Toro muy bajito—, Jefe, porquería —un poco más alto.
Y renovó la tarea con más fuerza y prisa.
A esto siguieron muchos “Ras Ras” pero ya ni un “Tac Tac”. El lavamanos ya rebalsaba y manchaba el piso de sangre, pero a ver si el jefe decía algo. Toro pudo notar que junto a los pelos flotaban también rebanadas de carne y miró su reflejo en el espejo. Barba ya no había. Pero para dejarle bien callado al jefe renovó la tarea. “Ras Ras”… “Ras Ras”…
A las 6:30 Toro ya estaba camino al teleférico amarillo para llegar al trabajo. Estaba muy pulcro, como correspondía para una empresa de prestigio. Nada de huevadas. Corbata, saco y camisa blanca que combinaba perfecta con el blanco hueso de sus maxilares superior e inferior, y que resaltaban con eficacia su sonrisa de vendedor.